miércoles, 7 de mayo de 2014

La pequeña María

- Señora Pauli, ¿usted cree en los fantasmas? - preguntó el joven a la
señora, quien venía a recoger el dinero de la renta del muchacho.
- ¿Fantasmas? - respondió la señora - Hay que tenerle más miedo a los vivos.
- Jaja, si ¿verdad? - dijo avergonzado el joven tratando de ocultar su
nerviosismo.

Su nombre era Raúl. Llevaba unos meses viviendo en la casa de la
Señora Paulí, se había mudado recientemente al pueblo para trabajar en
una clinica particular. Raúl era médico.

La casa de la señora Paulí era grande, demasiado grande para él, pues
no tenía familia. La casa era de tres pisos, seis habitaciones y en
cada nivel un baño completo. La cocina era enorme y además el jardin
delantero era un terreno muy amplio. De verdad una pérdida de espacio
para que solo una persona habitara allí. Pero siendo conocido de la
familia, y estando la casa sola, deteriorandose por el casi abandono
en el que se encontraba, la señora Paulí decidió rentarla a un precio
muy bajo a Raúl, así tendría un ingreso extra y además la casa dejaría
de estar sola. Para la señora Paulí era un doble beneficio.

Raúl no dudó en aceptar el trato, pues de esa manera le alcanzaba a
cubrir todos sus gastos y también podría ahorrar un poco. "para el
futuro" decía él.

La enorme casa estaba amueblada, todos los muebles estilo Luis XVI
estaban cubiertos por sabanas blancas cuando Raúl llegó. Con solo un
par de maletas y toda la intención de que este nuevo trabajo
funcionara. Los primeros días transcurrieron de manera normal. Raúl no
descubrió todos los muebles de la casa. Solamente los necesarios como
los sillones, las mesas ratoneras y el comedor.
Lo demás permanecía cubierto, comodas, trinchadores, y hasta un piano
vertical, pues no le parecía que fuese a ocuparlos. Para él era mejor
dejar todo cubierto y evitar que el polvo dañara tan elegante
mobiliario.

Pasadas un par de semanas las cosas tomaron un giro diferente. Por las
noches se escuchaba como si alguien recorriera los pasillos a pie
descalzo. Raúl se lo atribuía a su imaginación.

Después ya no eran solo pisadas, también se escuchaban murmullos y
golpes. Como cuando accidentalmente te golpeas contra un mueble al
caminar en la oscuridad.

Todas estas cosas comenzaron a poner a Raúl nervioso, tanto que optó
por dejar la luz del pasillo encendida. Él dormía en una de las
habitaciones del primer piso y rara vez subía a los otros dos pisos.
El eco de los ruidos extraños e inexplicables que provenían de los
pisos superiores, le acompañaba ya casi todas las noches.

Un día volvía de la clinica a eso de las siete de la tarde, cuando el
sol ya se ha ido pero la oscuridad aún no reina por completo en el
cielo. Raúl caminaba de regreso a casa cuando vio en la ventana de la
casa vecina a una niña que lo miraba. Lo seguía en cada paso sin
parpadear.

Raúl se incomodó un poco, a decir verdad, la niña se veía enferma,
pálida y con ojeras instaladas bajo sus ojos. Pero su mirada era
dulce. Entonces antes de entrar al jardin de la casa donde él vivía,
le sonrió a la criatura y ella le devolvió la sonrisa. Sintió de
inmediato una especie de compasión.
No era un tipo muy bueno con los niños, pero de vez en cuando le
tocaba atender pequeños en el consultorio. Cuando los niños le
sonreían se sentía bien consigo mismo, por el trabajo tan importante
que desempeñaba como médico.
Cuando la niña de la casa vecina le sonrió, sintió compasión y
ansiedad al mismo tiempo.

A los pocos días, Raúl salía de su casa cuando vio a la mujer que
vivía en la casa vecina saliendo también de su vivienda.

- Buenos días - saludó el doctor.
- Hola, ¡que tal! - respondió el saludo la mujer. Se veía de unos 30 años.
- Soy su vecino desde hace unas semanas.
- Si, noté que la señora Paulí rentó su casa.
- Soy doctor en la clinica local, me llamo Raúl
- Mucho gusto. Mi nombre es Daniela - dijo mientras le estrechaba la mano.
- Cualquier cosa que se le ofrezca, no dude en acudir a mi.
- Es usted muy amable - respondió la mujer mientras comenzaba a
caminar a modo de despedida.
- Noté que la niña estaba muy pálida. Quizá pueda ser anemia o falta
de vitaminas.
- ¿Disculpe? - preguntó extrañada.
- No se ofenda, algunas madres piensan que es por culpa de una mala
alimentación. Pero puede ser por muchas cosas. Sería bueno que la
revisaran.
- No se de que está hablando. ¿De que niña habla?
- La niña que vive en su casa, la ví hace unos días en su ventana.
Pensé que era su hija.
- No tengo hijos - respondió la mujer
- ¿Quizá es alguna sobrina?
- No - respondió tajante mientras se alejaba - No hay ninguna niña en mi casa.

Raúl se quedó estupefacto mientras observaba a su vecina alejarse
rapidamente. Estaba seguro de haber visto a una pequeña en la ventana,
estaba seguro de haberle sonreído y de haber recibido una sonrisa de
regreso.

A partir de ese día los ruidos en la casa comenzaron a hacerse más
evidentes. En las noches una voz susurrante llamaba a "maría" desde el
último piso. El joven médico pronto comenzó a dejar más luces
encendidas durante la noche, pues estaba seguro de que en la casa no
estaba solo.

Una noche despertó con el sonido de las teclas del piano sonando al
azar. No era una melodía definida, sino mas bien como si tocaran una
tecla, luego otra y luego otras dos, sin seguir un patron o una
armonía. Lo primero que pensó raúl fue que alguien se había metido en
la casa, así que salió de su habitación y se dirigió al salón de
musica, donde se encontraba el piano. Todas las sabanas de ese cuarto
habían sido quitadas y se encontraban en el suelo. El piano estaba
descubierto y el banco en posición para que alguien se sentara a
tocarlo.

Raúl muerto de miedo llamó a la policía y cuando los oficiales
llegaron, registraron cada centímetro de la casa. Obviamente no
encontraron a nadie.

- Quizá es la pequeña María - dijo un policía en tono de burla.
- ¿María? - preguntó Raúl con seriedad.
- Si, la niña que murió en esta casa hace 60 años.

Los oficiales no dijeron más, solo se rieron de la cara pálida de Raúl
al escuchar sobre la niña y se marcharon. Evidentemente esa noche el
joven no logró pegar el ojo.

Al asomar la primera luz de la mañana, Raúl saltó de su cama y se
dirigió a la hemeroteca para buscar algo al respecto de la propiedad.
Lo que encontró le erizó la piel. Un periodico de 1940 en el que se
informaba de la desaparición de la hija del entonces propietario del
inmueble. Días después fue hallada en el ropero de una de las
habitaciones del tercer piso. Jugando se había quedado encerrada.
Todos se encontraban afuera buscandola en las calles, en los parques y
en las afueras de la ciudad, nadie escuchó sus gritos desesperados por
salir, se quedó sin aire y murió.



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